Un relato improbable

PRÓLOGO

Solamente habrá relato si tenemos un personaje y tenemos, también, su circunstancia. El personaje se llama Paula, tiene treinta y seis años y hace casi dos que vive en Londres. Dijo que se iba a trabajar, aunque, realmente, nadie se lo había acabado de creer. La verdad es que motivos para irse no le faltaban. Todos los trabajos que le habían salido en Barcelona se le quedaban cortos, o no tenían suficiente proyección o no le reconocían los méritos que ella creía que le correspondían. En el terreno del amor, tampoco nada había ido como ella hubiera querido. Los pretendientes que había tenido al alcance le habían parecido todos poca cosa, y los hombres que le habían gustado de verdad eran inadecuados, o ya tenían pareja o bien no habrían podido asumir las difíciles complicidades a que ella aspiraba. Tampoco tenía ataduras familiares. Los hermanos iban a la suya y los padres se valían solos perfectamente. Con la excusa de una oportunidad profesional y la promesa de las correspondientes llamadas y visitas, le había bastado para justificar la conveniencia de pasar una temporada en el extranjero. Y, además, estaba harta de aquel ambiente irrespirable que era la vida en el país, permanentemente anclado -lo decía así, trascendente- en un debate sin expectativas. Y Londres era mucho Londres, eso lo sabía todo el mundo. He ahí, pues, el personaje. Y esta  es su circunstancia: ha de volver a casa unos días. Se ha muerto una tía de su madre a la que, de pequeña, había querido mucho. Si no fuese al entierro, no pasaría nada pero el caso es que Paula decidió ir. Este es justo el momento. Tal vez espere algo, una señal, una advertencia, el principio de no se sabe qué. Volver a casa de sus padres, después de dos años, unos días, con un presentimiento. Este será el relato.

PRIMERA SEQCUENCIA: FLASHBACK IMPOSIBLE

El viaje. Para empezar, en taxi, de casa al aeropuerto. Después, en avión, de Londres a Barcelona y, en taxi de nuevo, del aeropuerto a la estación para coger el autobús hasta Solsona. Según la tópica avalada y defendida con ejemplos más o menos prestigiosos por las más diversas teorías sobre el relato audiovisual, se trata del itinerario que, con toda seguridad, habría de posibilitar el necesario flashback. Casi dos años después, la heroína vuelve a casa. Ante ella, su infancia intransferible, una adolescencia marcada por una escisión traumática y una magnífica primera juventud vivida con una intensidad que por fuerza había de llevarla a la frustración. Los referentes externos no serían sólo el decorado, sino que, sentidos desde la insatisfacción presente, habrían de cumplir también una función simbólica: la llegada a Barcelona, las calles de la gran ciudad cosmopolita, el escenario de una felicidad probablemente irrecuperable, con un espíritu inequívocamente cercano y acogedor, la carretera hacia las comarcas del interior, la presencia cada vez más absorbente de la naturaleza, los colores, el aire claro, la presencia humana, las voces de la gente, el retorno al ámbito rural que conecta con el soplo esencial, principio de todo y que todo lo condiciona. El trayecto sería una especie de regreso y la llegada sería la asunción de una verdad, la respuesta definitiva a los interrogantes y a los errores que la habían alejado de su verdadero mundo y de su identidad verdadera. Paula se esforzaba en este ejercicio terapéutico de introspección, pero no parecía haber ningún mecanismo interior que respondiese a la llamada. Mientras hacía tiempo en el aeropuerto, antes de salir, daba por hecho que tendría que enfrentarse al reto de los recuerdos y, consciente como era de aquella oportunidad única, se había predispuesto a interpretarlos a fondo y sin concesiones. Pero nada. Ni en los escépticos pasillos del aeropuerto, ni en la autovía que llevaba a Barcelona ni en las calles conocidas de siempre, ni en la cafetería donde se sentó a desayunar, ni en la estación de autobuses, ni camino de su pueblo, nada llegaba a conmover sus afectos ni sus zonas más sensibles, otras veces tan excitadas y receptivas. Fallaban las correspondencias. Todo permanecía en un estado de abulia tal que no admitía connotación íntima ni significado alguno. Así, hasta que, de pronto, Paula se dio cuenta de que tendría que asumir una revelación insólita. No se trataba sólo de que ella estuviese vacía y, por tanto, no pudiese percibir ni sentir nada. Era, también, que el espacio que había de acompañarla en aquel viaje no tenía nada que ver con lo que ella había intentado imaginar. El paisaje no era amable ni generoso ni bello. Bien al contrario, ahora mismo el autobús se perdía, en una hora extraña de la tarde, por los suburbios de una ciudad extraña como todas las ciudades extrañas que había por el mundo, y lo que veía era sorprendentemente triste, aburrido y feo. Tan triste, aburrido y feo como sólo podían serlo los arrabales periféricos de las ciudades heridas por el vacío y la soledad. Ante aquellas imágenes, no había comunión posible y Paula se daba cuenta de que entre ella y su mundo se había abierto un abismo insalvable.

SEGUNDA SECUENCIA: TRAVELLING IMPERFECTO

Otra vez en casa de sus padres. Pero esto no será el argumento. No nos centraremos en las relaciones familiares. El conflicto generacional ya está resuelto y las rivalidades entre hermanos no son ni suficientemente trascendentes ni necesarias. El nudo del relato comienza justo en el momento en que Paula ya ha cumplido con la familia y decide quedarse unos días. En Londres, la  vida diaria no da tregua y lo peor de todo es que las batallas contra el mundo no dejan espacio alguno para la verdadera y necesaria reflexión personal. La frase no es suya. La ha sacado de una de sus películas preferidas, la ha adaptado a sus necesidades y la suelta cuando le conviene. Unos días de descanso, pues, antes de volver al mundanal ruido. Ella y su mundo en el centro de todo y un ojo que la observa. Un ojo que lo ve todo y que lo explica todo. Un ojo que es una perspectiva, una mirada que interpreta, que juzga, que sentencia. Paula, el personaje, en el centro, rodeada  por el mundo, y un foco iluminando, desde todos los ángulos posibles, su desconcierto. Paula ha vuelto a su pueblo y pasa unos días en casa de sus padres. Paula sabe que habrá de enfrentarse a su pasado. Paula melancólica. Paula que duda. Paula triste. Ha vuelto al origen pero Paula ya es otra y nadie cuenta con ella y nadie la espera. Está sola. Ha paseado, a deshora, por las calles solitarias y también se ha dejado ver por las animadas calles en las horas de mayor actividad. El recorrido incesante por las calles y las plazas del pueblo dibuja las líneas imaginarias de un mapa que la inmoviliza y que no puede compartir. Ha visto, de lejos, a antiguas compañeras que, finalmente, ha evitado. Se ha encontrado cara a cara con amantes incomprensibles, ahora desconocidos. La amigas de siempre la han encontrado tan capaz, tan pertinente, tan segura, aún tan bella, que no han sabido ver que ya no era la Paula que habían envidiado tiempo atrás. No ha acabado ninguna conversación. Un trabajo seguro en una productora en Londres da para muchas horas de cháchara insufrible. Lo que parecía perdido estaba, efectivamente, perdido para siempre. La espiral de emociones que había construido su deseo no se había concretado en nada. No es sólo que la heroína del relato no haya encontrado los fundamentos de su identidad perdida, sino también que el espacio donde el prodigio del reconocimiento había de darse ya no existe. Ha desaparecido. Sólo lo había tramado su ilusión, su anhelo. El ojo que la enfoca retrata su indefensión, la inutilidad de su búsqueda, su fragilidad inexplicable, el fin de su sueño. Volverá a Londres sabiendo que el regreso no es posible porque ya no hay adonde regresar. Se han borrado las huellas. Paula ignora el punto de partida y el sentido del tránsito que la ha llevado al punto en que se halla. Esta convicción la angustia. Ya estamos casi al final. Ahora, lógicamente, será necesaria una conclusión.

TERCERA SECUENCIA: FINAL IMPREVISTO E INVEROSÍMIL

Fin del experimento. Ya se ha despedido de todos. Con la familia, como cabía esperar, todo ha ido bien. Volverá más a menudo. La irían a ver. Londres es muy interesante. Paula siente que se va más sola de lo que estaba. Se ha visto mayor y más cansada, más de lo que se había visto nunca. Pero nadie se había referido a ello. Faltaría más. Paula, tan inteligente, con tanto empuje, treinta y seis años y una vida en el extranjero, tan abierta y animada que era de joven y mírala ahora. En la productora están a punto de empezar un rodaje, una historia de amor improbable: una chica de aire independiente encuentra el amor de su vida donde menos lo esperaba, en el lugar más imprevisto, en una circunstancia totalmente inverosímil. El guion, dicen que es bueno, tal vez poco creíble, casi no hay diálogos, lo que cuenta es la sensibilidad, la atmósfera, unos buenos personajes y una escenografía bien escogida a su servicio. A ella, todo le parece muy convencional, pero se distraerá. La parte técnica, que es su terreno, compensará con creces la falta de discurso. Y un trabajo intenso y prolongado le irá bien para olvidar el mal sabor de boca que le han dejado estos días en el pueblo. Lleva el ordenador y toda la maquinaria que necesita para ponerse enseguida en contacto con la gente de la productora. Si puede, intentará trabajar en el autobús, de camino a Barcelona. Se ha acabado la nostalgia, la tontería de los sentimientos, la pesadez de las emociones. Lo importante es el trabajo. Paula hace ya un rato que espera impaciente a que el autobús arranque y, a su vez, el conductor, un joven dispuesto, quizá de aire un poco tosco, pero serio y responsable y, sin duda, muy bien plantado, espera tranquilo a que sea la hora de salir. No hay nadie más en la parada. Es extraño. Paula ha subido al autobús en cuanto ha podido y se ha acomodado en un asiento en el lado de sombra. El joven conductor la ha mirado por el retrovisor y ha dicho: “nos vamos”, como si aquella situación fuese la más normal del mundo. No será necesario cansar al lector, ni, por supuesto, al espectador, con los detalles que podrían justificar que, finalmente, Paula y el conductor acaben hablando de todo y de nada, de lo humano y lo divino, que se dice. Del conductor dispuesto, tosco y bien plantado aún no sabemos nada. Ni falta que hace. Tendrá una buena historia detrás que certifique su absoluta solvencia. De momento, tiene el don de la palabra y eso, aparte de inesperado, es magnífico, y Paula, que ya había sacado el ordenador y todo el arsenal tecnológico, dispuesta a trabajar, de momento, escucha, escucha, escucha. Un viaje, los dos solos, de Solsona a Barcelona, en autobús, puede dar mucho de sí.

Traducción de Víctor Gallego Neira

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